una obra de arte escénica

una obra de arte escénica


Entre historia y leyenda, la figura de Anacaona “Flor de Oro”, cacique de Quisqueya, trasciende en el tiempo. Podríamos decir que fue una mujer adelantada a su época, un símbolo de dignidad y resistencia, ícono de lucha y orgullo de su raza taína.

En la Sala Ravelo del Teatro Nacional, el Teatro Talassa presentó la obra “Anaka-o-na, alba y ocaso”, un monólogo compartido del escritor e investigador Cristian Martínez -Crismar-, basado en su visión particular del emblemático personaje.

La calidad del texto, la dramaturgia de la actriz Nileny Dippton, quien, además, interpreta el histórico personaje y la estética de la puesta en escena, logran conectar con el público.

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Los taínos no poseían un sistema de escritura, de forma oral o a través de sus objetos -semíes-duhos- transmitieron sus conocimientos de generación en generación.

Por las crónicas de los conquistadores y las investigaciones arqueológicas, conocemos parte de su vocabulario, siendo incorporadas a nuestra lengua algunas de las palabras, trascendiendo en el tiempo… hamaca, canoa, huracán, yuca.

Ante esta realidad, el inicio de la obra nos sorprende. La bella figura de Anacaona aparece y en un momento de introspección, en idioma taíno se dirige al público. No entendemos el mensaje, pero lo intuimos, debido a la expresividad elocuente de la actriz.

A un ritmo continuo marcado por la reflexiva dirección de Fausto Rojas, se suceden las escenas. En cada una hay una onírica visión sobre los hechos que marcaron la vida de Anacaona, la cacica de Jaragua, como la muerte de su hermano Bohechío, la vida con Caonabo, su esposo y su hija Higuemota, la relación con los conquistadores, la líder animando a su pueblo a resistir, tras la matanza de Jaragua y la poeta… en sus areítos

En cada escena, la actriz explora la voz interior del personaje, entrañable el diálogo con su pequeña hija, en el que destaca la participación de la niña Nefer Galaxia y más adelante, con la niña convertida en una joven que se enamora de un soldado español -Hernando de Guevara- con el que piensa casarse, y… Anacaona acepta.

Otro momento de gran instrospección es aquel en el que habla del recibimiento que se hará en sus tierras al gobernador Nicolás de Ovando. En cada soliloquio en que se sumerge el personaje, la narrativa se convierte en un poema épico.

La creatividad del director Fausto Rojas convierte la puesta en escena en un caleidoscopio de imágenes de gran belleza y colorido, en la que destaca la iluminación de Ernesto López, el bellísimo vestuario de época, diseños de Bautista Sierra, las proyecciones en pantalla de Bill Gil y el maquillaje de Francis de la Cruz, enfatizando el paso de los años del personaje.

En medio de este cambiante escenario, envuelta en un halo musical, producido por Ismael Valdez, la figura de Anacaona predomina, trascendiendo en alas del tiempo.

La conexión de Nileny Dippton con el personaje es visceral, en cada momento despliega su gran capacidad histriónica que se decanta en la expresividad de su cuerpo, en la intensidad de su voz con diferentes matices y en la elocuencia del gesto facial; toda ella llena el escenario creando un universo sensorial, que cautiva al público.

La escena final es conmovedora. Anacaona se cubre de un manto negro, el escenario se oscurece, su voz pausada, pero firme, en una especie de testamento auditivo, declara: “Yo, reina de Jaragua y Cibao, en 1503, morí ahorcada en la plaza pública de Santo Domingo”. El público puesto de pie, aplaudió emocionado. La figura de Anacaona, su voz y legado continuará resonando en los anales de nuestra historia.

“Anaka -o-na, alba y ocaso”, pasa a formar parte de la historia teatral de nuestro país. Felicitaciones. A la espera de nuevas presentaciones.

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