Hay etapas que se viven hacia afuera —con aplausos, luces, movimiento—, y otras que se sienten más en lo interno, en silencio, sin agenda. La modelo Tania Victoria Marín está transitando una de esas etapas en que el mundo parece girar más lento, o al menos, más hacia adentro. Con su embarazo en curso y una rutina familiar en constante movimiento, esta espera no se parece del todo a las anteriores. Tampoco ella es exactamente la misma.
“He descubierto una versión más paciente y sensible de mí misma”, dice con voz suave, sin apuro por llegar a ningún lugar. “Este embarazo me ha enseñado a escuchar mi cuerpo con más atención, a confiar más en el ritmo de la vida y a valorar cada cambio como parte de un proceso único.” Y eso, aunque suene simple, es en realidad una afirmación poderosa en una rutina donde las dinámicas familiares, la vida activa y el trabajo se entrelazan todos los días.
El deporte, presente en su historia desde siempre —por convicción personal y por la carrera de su esposo en el béisbol profesional— ha dejado de ser solo una actividad física para convertirse en lenguaje familiar. Una forma de vivir. “Imagino que el bebé crecerá rodeado de esa energía. Desde muy pequeño, seguramente nos acompañará a los estadios, a las actividades al aire libre, a nuestras rutinas en familia. Más que el deporte en sí, me emociona que vea la actividad física como algo natural, como una manera de disfrutar, de cuidarse, de compartir.”
Hay una conciencia muy presente en sus palabras: este nuevo integrante llegará a un entorno que ya está lleno de vida, de movimiento, de estructura, pero también de espacio para descubrir. Y que su rol como madre no será solo cuidar, sino también mostrar, guiar, inspirar. “Siento que mi lado creativo y profesional me va a ayudar a vivir esta maternidad con una mirada versátil. Quiero que crezca viendo que se puede trabajar con pasión y al mismo tiempo tener a la familia en el centro. Todo lo que hago, lo que creo, lo que comunico, ahora tiene otra dimensión. Sé que también es un ejemplo.”

Pero como todo proceso de espera, el embarazo no viene solo con ternura. Viene también con sus preguntas, con sus cambios, con emociones nuevas. “Me ha sorprendido esa mezcla entre la ilusión inmensa de imaginarlo y, al mismo tiempo, la vulnerabilidad de no tener todo bajo control. Hay días donde lo emocional está más a flor de piel. Y también han aparecido antojos que jamás pensé que tendría”, dice, riéndose con naturalidad. Pero si algo le ha dejado claro este momento, es que las prioridades se reordenan solas. “Lo que antes parecía urgente, ahora pierde peso. Hay una claridad distinta.”
Entre los deseos que emergen en esta etapa, hay uno en particular que le da forma a su intención familiar: hacer espacio para la conexión. Lo esencial, sin distracciones. “Me encantaría mantener una noche a la semana solo para nosotros, sin pantallas, sin ruido. Leer cuentos, jugar, hablar, meternos de lleno en lo que le gusta a cada uno. A veces lo simple es lo que más se queda con nosotros. Y eso es lo que quiero cultivar.”
Tania no habla desde un lugar idealizado. Lo suyo no es un manual de maternidad ni una fórmula infalible. Comparte desde lo real, desde lo que prueba y ajusta cada día. Habla con honestidad, sin grandes declaraciones. Sabe que maternar —como crear, como emprender, como amar— es un proceso que se vive caminando. Y que cada etapa trae consigo una nueva versión de una misma.
En esta espera no hay pausa, pero sí hay otro ritmo. Una forma distinta de mirar lo que pasa, de decidir a qué decirle sí y a qué no. Mientras el mundo sigue en movimiento, ella también lo hace, pero con otra atención. Sin prisa, sin afán, con la mirada más puesta en lo esencial que en lo inmediato.
No es solo la llegada de alguien nuevo lo que transforma. Es la oportunidad de mirarse otra vez, desde un lugar más claro. De volver a escribir la rutina, la energía, las prioridades. Y eso, sin decirlo directamente, es lo que Tania Victoria Marín está haciendo: habitando su presente con intención, y dejando que esa presencia le dé forma a todo lo que viene.
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