En una osadía sin precedentes, un joven de 24 años, Dimitri Rivera González, llevó a escena en el Teatro Guloya, la obra “Liborio”, una adaptación libre del texto original, “La Hija del Mesías”, del Dramaturgo y poeta César Sánchez Beras, convertida en un unipersonal, actuada y dirigida por el propio Dimitri Rivera.
El personaje de Liborio, cuyo nombre era Olivorio Mateo Ledesma, también llamado “Papa Liborio”, fue una figura mesiánica convertida en una leyenda, que vivió a principios del siglo XX, fue curandero, profeta y guerrillero, su liderazgo en su pueblo natal, San Juan de la Maguana y de zonas aledañas, llegó a preocupar a los gobernantes de la época y a las fuerzas de la primera ocupación estadounidense. La devoción a su legado continuó mucho después de su muerte. Historia y leyenda, son partes de nuestro acervo cultural.
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La obra, se desarrolla años después, durante el gobierno del Consejo de Estado. El movimiento mágico político de “Papá Liborio” había tomado fuerza, convirtiéndose en un problema para las nuevas autoridades, lo que culminó el 28 de diciembre de 1962, con la llamada “Matanza de Palma Sola”, lugar de peregrinación y culto de los liboristas.
Se apagan las luces e inicia la función, la proyección de videos nos transporta a la época, a aquellos lamentables momentos históricos, basamento de la obra, y se convierten en elementos esenciales de la puesta en escena; un magnífico trabajo de, Yacela Payano, Diana Esther y Kat Díaz. La música folklórica como un eco, nos remite al personaje.
En el espacio escénico minimalista, un escritorio se convierte en eje de la trama, hasta allí, luego de varios escarceos, llega el “Soldado”, se inicia un diálogo permanente con su superior, el “Comandante”, autoritarismo y sumisión. Sin embargo, el “Soldado” vacila ante las órdenes severas de su Superior, que lo llevan a enfrentar un dilema, cumplir con su deber militar o proteger a su pueblo, a su Fé.
Las contrastantes personalidades, llevan a Dimitri a un duelo actoral en sí mismo, en el que se desborda su versatilidad, su capacidad de generar empatía y conexión con el público. Su cuerpo es una sinfonía de movimientos, la expresión de su rostro es una amplia gama de acordes, capaz de transmitir sentimientos, emociones, la complejidad de cada personaje, los momentos dramáticos y relajantes, con una pizca de humor. Es tal la verosimilitud de su actuación que por momentos creemos ver dos actores en escena.
Los pocos elementos escenográficos cumplen una función metafórica, velas encendidas, luego apagadas, -luces y muertes-, un personaje acartonado, -víctima- ocasión para otros diálogos. La iluminación recrea atmósferas, la transición entre momentos, excelentes diseños de luces de Ernesto López.
Como todo director, Dimitri pauta el ritmo de la acción, ese vínculo entre texto y gesto, así como las transiciones entre escenas, pero además, crea su propio ritmo en el que nos envuelve en una espiral ascendente; la obra fluye. El final, aunque imaginado, mantiene al público expectante, que finalmente retribuye con prolongados aplausos.
Como toda obra de teatro, “Liborio” es espejo de su tiempo, de un tiempo que no siempre, “como todo pasado fue mejor”. Su puesta en escena por un joven, es un aporte a la escena nacional a la conciencia de las jóvenes generaciones… para no olvidar.
Felicitaciones para Dimitri Rivera, por su gran talento y entrega, definitivamente de “Casta la viene al Galgo”. Les invitamos visitar nuestra Zona Colonial este fin de semana y disfrutar de esta obra en el Teatro Guloya de la calle Arzobispo Portes.
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