Un niño huérfano es transportado a una aventura cósmica visualmente maravillosa, pero que tiene lecciones ya conocidas.
Los colores estallan, las líneas fluyen y un mundo alienígena brilla como la vida nocturna de Las Vegas en la última película de Pixar, Elio, una desabrida aventura de ciencia ficción sobre un niño solitario y unos extraterrestres que vienen en son de paz, excepto cuando no lo hacen. Por turnos atractiva y monótonamente familiar, la película ofrece los placeres visuales previsibles y personajes que van de lo suavemente exagerado a lo hiperbólico. Algunos tienen semblantes gomosos y curiosos apéndices; otros tienen ojos enormes que lloran de emoción. Los tuyos podrían brillar de aburrimiento.
Elio es un cuento moral con amigos extravagantes y un villano a lo Marvel que gruñe y frunce el ceño, con los predecibles toques brillantes de Pixar, pero la historia cansa. Sigue la pista del personaje del título del filme (al que Yonas Kibreab le pone la voz), un niño de 11 años que ha quedado huérfano reciente y misteriosamente. Ahora vive con su tía, Olga (Zoe Saldaña), una mayor de la Fuerza Aérea que vigila la basura espacial en la base costera de California donde está destinada. Cariñosa pero despistada, no sabe cómo criar a un hijo, sobre todo a uno que no es feliz y se siente fuera de lugar con ella o en cualquier parte. (El libro sobre paternidad de la tía está repleto de un arco iris de notas adhesivas). De una forma menos cómica, Olga está especialmente mal equipada para tratar con un niño en duelo, un defecto que comparte con los cineastas.
Los huérfanos son un elemento básico de los cuentos –desde la Blancanieves original de Disney hasta Lilo y Stitch– aunque no en el planeta Pixar. Sin embargo, a juzgar por los tonos a veces abruptamente cambiantes de esta película y su afán por secar hasta la última lágrima, el mayor problema de Elio no es que sus padres hayan muerto, sino que los cineastas se sienten incómodos con su dolor. Al principio, mientras sale con su tía, el niño se esconde bajo una mesa y llora. Pronto, sin embargo, la historia se ha acelerado, y está enviando mensajes con humor al espacio suplicando que lo alejen de Olga, de la Tierra, de todo. «¡¡¡Extraterrestres, abdúzcanme!!!», garabatea Elio en una playa, antes de tumbarse y sonreír esperanzado al cielo.
Tras algo más de ajetreo narrativo, desarrollo de personajes y cambios de escena, los cineastas conceden el deseo de Elio y lo envían a su esperada aventura cósmica. Una noche, mientras Olga está trabajando y Elio espera su salvación, es arrastrado desde la playa por un rayo de luz, una imagen de abducción alienígena con un sugestivo trasfondo religioso. Una vez que el niño consigue despegar, la película también empieza a hacerlo. Adquiere tonos más vivos y se despliega con más gracia, y Elio pronto se precipita a través de estallidos de color y formas gráficas, como el astronauta de la secuencia de la puerta estelar lisérgica de 2001: Odisea del espacio, tantas veces copiada.
Como era de esperarse, Elio sale de nuestro sistema solar y acaba en el Comuniverso, un reino alternativo brillante y caleidoscópico donde las directoras Madeline Sharafian y Domee Shi se desinhiben de forma modesta. (El guión es de Julia Cho, Mark Hammer y Mike Jones). Hay un revoltijo de paisajes ricos en adornos un tanto fantasmagóricos que funciona como una especie de lugar de reunión y Naciones Unidas de otro mundo para extraterrestres. Allí, Elio recorre terrenos con una serie de formas biomórficas y geométricas. También, a través de un traductor, habla con otros, incluido una supercomputadora azul flotante que habla, Ooooo (Shirley Henderson), una especie de Pepe Grillo de la IA, aunque tiende a parecer una burbuja de diálogo con ojos y boca.
El recorrido introductorio de Elio transmite una sensación de felicidad y descubrimiento que te lleva con él y refresca la historia. Lástima entonces que la trama tome rápidamente un giro familiar cuando una pandilla de embajadores coloridamente vivos y polimórficamente diversos del Comuniverso le piden que los ayude con un jefe militar, Grigon (Brad Garrett). Elio da un paso al frente con entusiasmo y establece una alianza con el hijo de Grigon, Glordon (el expresivo Remy Edgerly), quien parece un gusano bien alimentado con ojos poco evidentes pero con muchos dientes. Los chicos estrechan lazos y disfrutan brevemente del paisaje, correteando por aquí y sorbiendo bebidas por allá. Es un interludio que sería más divertido si no pareciera que están probando un nuevo parque de atracciones de Disney.
Eso no es inesperado; muchos entretenimientos para adultos y niños venden productos de marca. El problema es que no hay mucho más en Elio una vez que los niños se hacen amigos y la novedad de este mundo desaparece, dando paso a la banalidad. Se comparten sentimientos, aunque en gran medida están hechos para los espectadores; se plantean (y resuelven) cuestiones familiares menores; se acumulan clichés y artificios. Al poco tiempo, el niño interior fugazmente liberado y la imaginación juguetona de los cineastas quedan encerrados, y todo se convierte en otra aventura de superhéroes. Luego sigue un episodio light a lo Marvel antes de que Elio vuelva a un territorio más cómodo al estilo Pixar. No hay lugar como el hogar, como dijo una vez otra aventurera, una tranquilizadora lección de vida que aquí parece más una abdicación creativa.
Elio Clasificada PG. Duración: 1 hora 39 minutos. En cines.
The post “Elio”: Un viaje intergaláctico hacia el corazón appeared first on Hoy Digital.
Leave a Reply